14 de enero de 2020
DISCURSO DEL PRESIDENTE DE LA CPC, JUAN SUTIL, EN ENADE 2021
• Su Excelencia Presidente de la República de Chile, señor Sebastián Piñera,
• Estimadas ministras, ministros y autoridades,
• Señor Lorenzo Gazmuri, presidente de Icare,
• Señor Harald Beyer, rector de la Universidad Adolfo Ibáñez,
• Queridos empresarios, empresarias, emprendedores, dirigentes sindicales y gremiales,
• Estimados representantes de los medios de comunicación,
• Señoras y señores:
Muy buenos días a todas y todos. Agradezco a Icare su invitación a participar en este importante encuentro empresarial que nos reúne en un momento crucial de nuestra historia. Este 2021 nos pone a prueba en la construcción de nuestro futuro: o bien damos un salto significativo hacia el progreso, la inclusión y el anhelado desarrollo; o nos podemos equivocar y quedarnos atrapados en la pelea chica y en el subdesarrollo.
Las “grandes esperanzas” a las que hoy se nos convoca me lleva a enfocar mis palabras en una mirada hacia adelante, pero fundada en nuestros sólidos cimientos construidos entre todos durante nuestra historia, y en particular, en las últimas décadas. Una mirada optimista, pero con total realismo y los pies firmes en la tierra… tal como estamos acostumbrados quienes hacemos empresa y nos desempeñamos como empresarios.
Revisemos de dónde venimos y hasta dónde hemos llegado, gracias a lo que hemos aprendido en base a la confianza y a la esperanza en Chile y sus habitantes.
1. Hemos aprendido a confiar en el voto de nuestros compatriotas, y eso nos ha dado una democracia robusta y estable por ya 30 años, con alternancia política, transiciones ordenadas y de buena fe.
2. Hemos aprendido a confiar en la libre empresa, en la libertad de emprendimiento y en la iniciativa individual. Así, el motor del desarrollo, el crecimiento y la creación de empleo ha sido el sector privado, la empresa, es decir, los trabajadores y los empresarios. Las empresas y la existencia de mercados abiertos y competitivos que mucho esfuerzo costó lograr, permitieron que fueran los mismos chilenos quienes decidieran nuestras ventajas productivas y qué bienes y servicios necesitaban. Muchos han podido acceder a ellos gracias a sus propios méritos, pero aún nos resta un gran trabajo para lograr que nadie quede fuera de los beneficios del progreso. Los empresarios hemos trabajado por el destino de Chile, colaborando con las políticas públicas, la solución de los problemas sociales y la modernización del país a gran escala.
3. También hemos aprendido a confiar en el Estado, y en políticos y funcionarios con vocación de servicio que quieren lo mejor para el país. Un Estado que ha permitido el desarrollo de infraestructura, viviendas, y la consolidación de instituciones serias y estables.
4. Incluso, hemos aprendido a confiar en otros países y hemos logrado relacionarnos comercialmente con el 87% del PIB mundial, gracias a la red de acuerdos comerciales más poderosa del mundo.
Todo esto nos ha permitido salir de la medianía de Latinoamérica para empezar a liderar en una serie de indicadores sociales y económicos. En los últimos 30 años, multiplicamos por 2,5 nuestro ingreso per cápita real y redujimos la pobreza de casi 70% a menos del 10% de la población.
En todos estos logros, la confianza ha sido clave, al permitir la creación de un capital social con consecuencias económicas amplias y medibles.
Pero aunque hemos avanzado bastante, todavía muchas familias chilenas sufren carencias y dolores. Nos falta para alcanzar ese anhelado desarrollo que permita a todos realizar su proyecto de vida. Lograrlo no es cosa de suerte ni lo tenemos garantizado. Requiere aún más trabajo y decisión de seguir avanzando. Un país como el nuestro que se acerca al desarrollo, debe ser capaz de trazar un camino común donde todos entendamos que tanto el Estado, como las empresas y la sociedad civil tenemos un rol irrenunciable que cumplir en aras del bien común.
Pero en los últimos años, pareciera que nos hemos apartado de ese camino común, producto de una erosión de la confianza: un quiebre en la relación con el otro; un quiebre de confianzas con el sistema político, porque no representa las preocupaciones de la gente; un quiebre de confianzas con el mercado, porque algunas empresas abusaron de su poder o no trataron bien a sus clientes; un quiebre de confianzas con el Estado, porque el Estado ya no protege ni ayuda a lograr el proyecto de vida que cada uno eligió libremente. Incluso algunos ya confían menos en la globalización y se oponen, por ejemplo, al TPP-11 que tantos beneficios y fuentes de trabajo nos traería. Como consecuencia de todo esto, muchos compatriotas hoy confiesan que viven inseguros, que se sienten desprotegidos y frágiles.
Habíamos aprendido a confiar, pero hoy se ha marchitado la confianza. Nos hemos entrampado en la polarización de las redes sociales, en las noticias falsas, en la confrontación inconducente. Pero esto no da para más y no es lo que la gran mayoría quiere. Hoy tenemos la obligación moral de unirnos el sector privado, el sector público y la sociedad civil, para trabajar todos juntos en solucionar los problemas reales y urgentes de las familias vulnerables, de la clase media, de los pensionados, de los desempleados. Todos ellos han estado demasiado golpeados por la pandemia, por la violencia que trajo el estallido social, por la crisis económica, por la soledad, por el miedo y la inseguridad de muchos barrios y territorios.
En este momento, la esperanza cobra especial relevancia. Y de verdad tengo grandes esperanzas para Chile, porque tengo fe en las trabajadoras y en los trabajadores, en los emprendedores, en los empresarios, en los jóvenes, en todas las chilenas y chilenos que siempre han actuado con responsabilidad y sensatez.
El proceso constitucional nos abre una nueva ventana de esperanza, una oportunidad para volver a confiar. Aplaudimos la vía institucional a la que llamó el Presidente al país y al Congreso, lográndose el gran Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución de noviembre de 2019. Esto permitió que la voluntad de la ciudadanía se manifestara con claridad el 25 de octubre pasado. Y recogemos con esperanza el mandato de la mayoría. Con un proceso racional, podemos llegar a un resultado racional. No malgastemos este histórico momento y hagamos los cambios que la sociedad anhela. Tenemos la posibilidad de re-diseñar entre todos el Estado que necesitamos, co-construir la buena política al servicio de las personas, re-vivir un nuevo trato -un buen trato- que tanto nos hace falta. Porque no nos equivoquemos: la gran mayoría de los chilenos creemos que es importante llegar a acuerdos en los grandes temas del país, creemos que hay que escuchar las distintas opiniones y creemos que la diversidad de puntos de vista enriquece el diálogo.
Para volver a confiar, tenemos que pensar en el Chile de los próximos años con altura de miras, generosidad y responsabilidad, siempre privilegiando el bien común que no excluya.
Junto a ello, debemos establecer condiciones mínimas habilitantes, como la paz social, la seguridad y el respeto a la dignidad de cada uno. El rechazo a la violencia debe ser transversal y sin ningún matiz.
Estas condiciones habilitantes son especialmente críticas en la región de La Araucanía y la Provincia de Arauco, donde hoy reina la desolación frente a un Estado que por años no ha logrado garantizar a sus habitantes el derecho básico de vivir en paz y sin miedo. Tenemos el deber moral de avanzar en la agenda de reconocimiento y representación de los pueblos originarios. Desde el retorno de la democracia, muchas promesas se encuentran incumplidas y los chilenos que ahí habitan no pueden esperar más. Tenemos que resolver en paz las diferencias y avanzar también en la agenda de seguridad y desarrollo. Violencia, narcotráfico y pobreza deben ser enfrentados con la fuerza y la convicción que ameritan antes de entrar a un peligroso camino sin retorno. Este es un imperativo ético de todos, y en especial, del mundo político que en mi opinión se encuentra al debe sin haber logrado los necesarios acuerdos.
El resguardo al Estado de Derecho y la garantía a la libertad de las personas, son principios fundamentales que no debieran estar ausentes en la nueva Constitución. Lo mismo que los principios del bien común, democracia robusta, igualdad de oportunidades, respeto irrestricto a la propiedad privada, igualdad ante la ley, control constitucional efectivo, responsabilidad fiscal, autonomía del Banco Central, entre otros. Con todo, no debiera ser una Constitución de ganadores y perdedores, sino una Constitución de equilibrios duraderos y estables.
En este Chile del futuro que estamos construyendo, cada actor social deberá cumplir con su rol muy responsablemente, teniendo la persona en el centro y el bien común como foco.
– Primero, sobre el rol del individuo y la sociedad civil: Una buena fuente la podemos encontrar en la iniciativa llamada “Tenemos que hablar de Chile”, liderada por las universidades Católica y de Chile, en que participaron 100 mil personas representantes de toda la diversidad del país. ¿Qué dicen ellos? Dicen que quieren desarrollar su proyecto de vida, quieren protección y seguridad por parte del Estado, una garantía mínima. Quizás es el momento de discutir un ingreso mínimo garantizado, que sea progresivo y sustituya otras ayudas del Estado que no siempre llegan a las personas y logran la debida efectividad. Las personas quieren un piso desde el cual puedan desplegarse, aunque eso implique una mayor responsabilidad.
Y para ello, es clave la educación; una educación de calidad para todos. Las personas quieren ser parte del proyecto educativo de sus hijos y poder acceder a él es un horizonte esperanzador, que entrega oportunidades y permite la construcción de una sociedad que convive con respeto, colaboración e integración.
Estoy convencido que la educación para el futuro, además de ofrecer las herramientas para que todos puedan tomar las oportunidades de la era digital, debiera incluir fuertemente también la enseñanza de valores, la formación de buenos ciudadanos.
– Segundo, el rol del Estado. El Estado de hoy, como se dice, no está apañando adecuadamente. Con la nueva Constitución, tendremos la oportunidad de calzar nuestro sistema electoral con nuestro sistema político, y evitar el fraccionamiento para mejorar la gobernabilidad del país y que los gobiernos puedan desempeñar su programa comprometido, por el cual fueron electos. Tendremos también la oportunidad de discutir qué tipo de Estado necesitaremos los chilenos en el futuro.
Las personas y las empresas queremos ser socias de un Estado moderno y eficiente, que regule eficazmente y que no esté capturado por los intereses de la política. ¿Para qué sirven tantas notarías atestadas de gente por culpa de un Estado que nos obliga a ir a certificar cada acto? ¿Qué sentido tiene para una empresa minera tener que pedir más de 200 permisos y demorarse hasta 10 años en concretar un proyecto que traerá trabajo y progreso? Chile necesita un Estado probo, transparente, eficiente y de buen trato, que esté al servicio de los ciudadanos. Un Estado que garantice la libertad de las personas, incentive el emprendimiento y dé amplio espacio a la creatividad. Pero que también proteja y dé garantías a quienes lo necesitan, porque no pueden salir adelante solos. No es posible que los chilenos aún no puedan acceder a pensiones dignas considerando que en este problema tan sensible, la urgencia y el diagnóstico son compartidos por todos.
– Tercero, el rol de la empresa. Al igual como exigimos del Estado un trato ético y respetuoso, las empresas deben ofrecer a sus trabajadores, clientes y consumidores un buen trato, con total apego a los principios, los valores y la ley. Dejemos definitivamente en el pasado los graves y condenables delitos de colusión o cohecho que tanto han menoscabado la confianza. Y también llamo a poner fin al micro abuso, que se da a veces en la interacción cotidiana de ciertas empresas con las personas que son víctimas de la inequidad del poder. Los líderes empresariales, los directores y los altos ejecutivos debemos involucrarnos más en el día a día de la relación de la empresa con la sociedad y hacernos responsables de que esas relaciones sean humanas, justas y transparentes.
La modernización de las leyes contra los delitos económicos va en el camino correcto y lo celebro. Más multas, penas de cárcel y autorregulación han ayudado. Estamos hoy en un Chile con menos abusos y más transparencia, pero no nos deja satisfechos. Debemos subir la vara ética en las empresas.
En la recuperación de la confianza, los líderes tenemos también el deber de conocer bien a aquellos con quienes nos relacionamos, partiendo por los trabajadores y la comunidad en que la empresa está inserta. ¿Estamos escuchando a nuestros colaboradores, para empatizar con sus dolores y sus sueños? ¿Cuántos kilómetros recorremos los empresarios al año para conocer mejor la realidad de nuestro país? ¿O nos enteramos de lo que pasa sentados en nuestro escritorio?
Para liderar en la confianza y en la esperanza, tenemos que ser los primeros en cambiar la forma de relacionarnos, escuchar más, respetar más, asumir más esfuerzos. Pero nuestros esfuerzos deben ir de la mano de modernizar un Estado que malgasta y, en muchos casos, está capturado por grupos de poder que impiden su mejor gestión en beneficio de las personas.
Es un hecho que las empresas nos sentimos preocupadas frente a un futuro lleno de preguntas y con pocas respuestas ciertas. La gran pregunta es por dónde seguimos avanzando. Y creo que lo primero es mejorar nosotros mismos, pero también dejar de guardar silencio para comunicar lo que hacemos, porque la mayoría lo hacemos bien.
Pongo aquí un ejemplo potente: frente a la pandemia, el mundo empresarial chileno demostró estar profundamente comprometido en ser parte de la solución de los desafíos sin precedentes que se han ido presentando. Junto con la llegada del coronavirus a nuestro país, pusimos rápidamente en marcha una causa que denominamos SiEmpre – Solidaridad e Innovación Empresarial. Quiero aprovechar esta tribuna para agradecer el profundo compromiso a cientos de empresas, empresarios, familias, grupos y gremios empresariales que no dudaron en aportar y colaborar activamente en las urgentes necesidades. Vaya también un especial reconocimiento y gratitud a todos los chilenos y chilenas que trabajan al servicio de los demás, especialmente a quienes se desempeñan en al área de la salud. Y toda mi solidaridad con las familias que han enfrentado la triste pérdida de un ser querido.
También quiero destacar el compromiso empresarial, de los trabajadores y colaboradores, para poner los máximos esfuerzos para ir gradualmente retomando las actividades productivas, del comercio y los servicios que se han visto forzosamente detenidas por el Covid-19. Tenemos la convicción que, priorizando siempre la salud de las personas, es fundamental ir avanzando en el reenganche de la economía y la recuperación del empleo mejor y formal, de manera que las familias puedan ir paulatinamente mejorando su bienestar.
Pero insisto en este punto: resulta fundamental que nuestro país goce de paz social y estabilidad como mínimos habilitantes para la inversión, el emprendimiento, la generación de empleos y de oportunidades.
Amigas y amigos: Hoy son tiempos de volver a confiar los unos en los otros, de mirarnos a los ojos, de llegar a acuerdos.
La polarización es opuesta al bienestar. Tal como dije al asumir en la CPC, dividirnos entre buenos y malos, grandes y chicos, poderosos y débiles, privados versus Estado, nos hace daño, nos empobrece, y no nos permite avanzar con la urgencia que requiere la solución de los problemas de las personas. Reemplacemos los egos personales, las miradas partidistas y la desconfianza, por el diálogo generoso, la mirada de bien común y el encuentro entre los distintos actores de la sociedad.
Desde la Confederación de la Producción y del Comercio y sus seis Ramas, podemos decir con orgullo que las empresas chilenas -con sus trabajadores, colaboradores y empresarios- estamos trabajando en forma unida, con mucha responsabilidad y compromiso para enfrentar la mayor crisis de los últimos años.
La esperanza que muchos albergamos hoy es una oportunidad, pero también una exigencia y un llamado a la acción. La esperanza en el cambio que quedó plasmada en el resultado del Plebiscito, es una esperanza de que ese cambio traiga un mejor vivir. No perdamos la oportunidad. No defraudemos a esos millones de chilenas y chilenos que sueñan y merecen cumplir su proyecto de vida.